sábado, 24 de noviembre de 2012

Edición 118 de Arqueología Mexicana, El Calendario Maya

La edición 118 de la revista Arqueología Mexicana esta dedicada a la cultura Maya con el título El Calendario Maya.
Saludos.
El Mayista


Índice de la revista con temas Mayas:


La maquina del tiempo: la cuenta larga
Los ciclos de la Luna y de Venus
Astronomía y arqueología
Los "días baldíos" y el tiempo indígena


Además



Nuevos hallazgos en el Templo Mayor
El huexólotl y totolin, alimento sagrado
El oro de Colombia
Ixcateopan, Guerrero











Los calendarios mayas
Una introducción general

Carlos Pallán Gayol


En la tabla de Marte hay un ciclo sinódico representado mediante 10 intervalos de 78 días (780 días) equivalentes a tres ciclos de 260 días. Tabla de Marte (detalle). Códice de Dresde, p. 45.
Foto:
© Sächsische Landesbibliothek-Staats-und Universitätsbibliothek Dresden (SLUB)

Lo que llamamos “calendario maya” representa en realidad un amplio sistema calendárico, compuesto de un conjunto de ciclos distintos aunque íntimamente entrelazados, cada uno con sus propios propósitos rituales, astronómicos, agrícolas o de otro orden. El calendario maya no puede considerarse un ente homogéneo, pues durante sus largos siglos de historia no estuvo exento de todo tipo de reformas, innovaciones, variaciones e idiosincrasias emanadas de las distintas tradiciones regionales.

Esteaño de 2012, el interés internacional se ha volcado sobre el calendario maya. En México y Centroamérica, donde se resguarda lo más vital del patrimonio maya, tal fenómeno cobra un significado especial. Factores de este tipo requieren de los investigadores y estudiosos un esfuerzo adicional de divulgación, a fin de tornar accesible el conocimiento sobre los últimos avances y hallazgos más allá de los círculos académicos, de tal forma que permita alcanzar a sectores más amplios de la sociedad.
Lo que llamamos “calendario maya” representa en realidad un amplio sistema calendárico, compuesto de un conjunto de ciclos distintos aunque íntimamente entrelazados, cada uno con sus propios propósitos rituales, astronómicos, agrícolas o de otro orden. De éstos, entre los más importantes y de uso más difundido figuran la cuenta larga (*tziikhaab’ o “cuenta del tiempo”), el ciclo de 260 días (tzolk’in), el ciclo de 365 días (*haab’) y la serie lunar. A partir de ciclos básicos como éstos se derivaban otros, no necesariamente distintos, sino también resultado del entrelazamiento de los anteriores entre sí o con otros, o bien de su reducción o simplificación. Tal es el caso de la llamada rueda calendárica de 52 años, o bien la rueda de los k’atunes (o ciclo k’atúnico) de 256 años, ampliamente usada en sitios de Campeche y Yucatán desde el Clásico Terminal hasta la época colonial, aunque con antecedentes en sitios del Clásico como Copán y Pomoná. También aquí cabría considerar a los distintos sistemas de “portadores del año”, empleados no sólo en la región maya a lo largo de los siglos, sino también entre culturas del Altiplano Central, Oaxaca, Veracruz, Chiapas y otras regiones. Junto con los anteriores –por lo demás comunes a otras grandes tradiciones mesoamericanas– destaca una sucesión de nueve días asociada por J. E. S. Thompson y otros investigadores –quizá erróneamente– con los “nueve señores de la noche”, idea más propia del Altiplano Central mexicano para el Posclásico Tardío (1250-1521 d.C.). Adicionalmente, los mayas emplearon un amplio número de ciclos de carácter más circunscrito geográfica o cronológicamente. Entre éstos: el ciclo de 819 días preferido por ciudades como Palenque, Yaxchilán y Copán; el ciclo sinódico venusino de 584 días; el de Marte, estimado en 780 días, o bien, los grandes intervalos de eclipses discutidos por el astrónomo Charles H. Smiley, que equivalían a multiplicar 36 veces el ciclo de 260 días (9 360 días) o más frecuentemente, 46 veces (11 960 días).

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La cuenta larga y la máquina del tiempo
Guillermo Bernal Romero



La Estela C de Tres Zapotes, Veracruz, muestra la fecha de cuenta larga 7.16.6.16.18, 6 etz’nab, 1 woh, equivalente a 5 de septiembre de 32 a.C. Matthew W. Stirling, quien descubrió el fragmento inferior del monumento, basándose en el texto calendárico, al que faltaba el numeral de los 7 b’ak’unes, reconstruyó esa cuenta larga. Cuando se encontró el fragmento superior de la estela, se confirmó que la reconstrucción de la cuenta larga era correcta. Estela C de Tres Zapotes, Veracruz, parte inferior. MNA.
Foto:
Agustín Uzárraga / Raíces.

En estas páginas se hablará del “calendario maya”, no como una asignación de origen de dicho elemento cultural, sino como el resultado histórico de la asimilación y desarrollo que los mayas hicieron de él. La cuenta larga es un cómputo lineal y continuo de días transcurridos a partir de una llamada fecha era. La cuenta larga es una especie de “supercarretera del tiempo” cuyo trayecto infinito es recorrida por ciclos que, como ruedas dentadas, giran armónicamente engranadas.
 
Olmecas y mayas: los creadores del sistema y sus herederos

Durante el siglo I a.C., los olmecas tardíos o “epi-olmecas” articularon el sistema calendárico integral de cuenta larga (cl) y rueda calendárica (rc), sustentado en una base vigesimal y un esquema de notación posicional. La implementación de este último recurso requirió de una extraordinaria invención: la del valor “cero”. La creación de este sistema es uno de los logros intelectuales más notables de la historia mesoamericana. Las primeras fechas de cuenta larga fueron registradas en la Estela 2 de Chiapa de Corzo, Chiapas (36 a.C.), y en la Estela C de Tres Zapotes, Veracruz (32 a.C.). Más tardías son las labradas en la Estela de La Mojarra, Veracruz (156 d.C.) y la Estatuilla de Tuxtla, Veracruz (162 d.C.).

Durante el siglo III d.C., los mayas adoptaron el sistema calendárico olmeca. La inscripción de cuenta larga más antigua de la región maya fue labrada en la Estela 29 de Tikal, Guatemala (292 d.C.). De manera gradual, durante el periodo Clásico (250-900 d.C.) los mayas desarrollaron la estructura calendárica olmeca e integraron en ella nuevos periodos rituales y astronómicos, tales como la serie lunar y los ciclos de 9, 7 y 819 días. Además, formularon nuevos ciclos de muy larga duración que les permitieron calcular fechas hacia tiempos pretéritos lejanos, míticos, e incluso hacia el futuro. El sabio inglés John Eric Thompson, quien hizo notables contribuciones al conocimiento de la mecánica del calendario, no aceptó, en principio, que el sistema de cuenta larga tuviese un origen ajeno a la cultura maya. Cuestionó la reconstrucción de la fecha de cuenta larga –durante algún tiempo incompleta– de la Estela C de Tres Zapotes, propuesta por su descubridor, Matthew W. Stirling. El hallazgo posterior del fragmento faltante confirmó que este último estaba en lo correcto.
En estas páginas hablaremos del “calendario maya”, no como una asignación de origen de dicho elemento cultural, sino como el resultado histórico de la asimilación y desarrollo que los mayas hicieron de él.

La fecha era

Como todo sistema cronométrico de larga duración, el calendario maya tiene un punto de inicio, una fecha era o “día 0”. Ese día inicial es 13.0.0.0.0, 4 ajaw, 8 kumk’u, que en términos del sistema calendárico juliano equivale al 8 de septiembre de 3114 a.C. Cabe señalar que el factor de correlación o equivalencia entre las fechas mayas y las nuestras (584,285 días) fue establecida por J. Goodman, J. Martínez y J. E. Thompson (correlación gmt).


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Los ciclos lunares
y el calendario maya

Stanislaw Iwaniszewski



Una de las formas de los mayas para computar el tiempo consistió en contar las lunas. El mes lunar iniciaba con la primera aparición de la Luna creciente en el cielo vespertino y duraba hasta el momento de su desaparición, lo que ocurría en un poco más de 29.53 días. Glifo C de la serie lunar. Palenque, Chiapas. MNA.
Foto: Jorge Pérez de Lara / Raíces

No existe evidencia alguna de que los mayas antiguos utilizaran un calendario formal basado en las fases de la Luna, a la manera de los chinos, sumerios, babilonios o hebreos antiguos. Sin embargo, durante el Clásico los mayas emplearon un complejo sistema de contar los meses lunares asociado a las fechas escritas en la llamada cuenta larga. Ideada ésta para calcular y representar el tiempo, los mayas pronto se dieron cuenta de que el mismo sistema podía servir para los cálculos astronómicos.
 
Cuando los primeros españoles llegaron a la península de Yucatán, observaron que los mayas contaban el tiempo utilizando el ciclo de las fases lunares. En su Relación de las cosas de Yucatán el obispo Diego de Landa notó que:
Tienen su año perfecto como el nuestro, de 365 días y 6 horas. Divídenlo en dos maneras de meses, los unos de a 30 días que se llaman u’, que quiere decir luna, la cual contaban desde que salía hasta que no parecía. Otra manera de meses tenía de a 20 días, a los cuales llaman winal jun ek’eh.
La información que recogió Landa indica que los mayas tuvieron dos maneras de contar el tiempo. Primero, los mayas de Yucatán utilizaron el concepto del año para medir el tiempo. El año común o civil conocido como haab’, constaba de 365 días y se dividía en 18 periodos de 20 días cada uno, más los 5 días agregados al final del año. Los periodos de 20 días fueron llamados winal jun ek’eh. Su significado no está muy claro, aunque según los diccionarios coloniales la palabra winal se traduce como el “mes antiguo de 20 días” y la palabra jun como “uno, una vez”.
La otra manera consistió en contar las lunas. El mes lunar conocido como u’, o uh, “Luna” en maya yucateco, iniciaba con la primera aparición de la Luna creciente en el cielo vespertino y duraba hasta el momento de su desaparición. Igual que muchos pueblos norteamericanos, los mayas de Yucatán contaban las lunas visibles de un ciclo, sin prestar mucha atención a los periodos de su invisibilidad. Los meses lunares se contaban desde la primera aparición de la Luna creciente en el cielo vespertino hasta la siguiente, por lo tanto esta definición se acerca al concepto moderno del mes sinódico, que describe el ciclo de las fases de la Luna. Su duración es de poco más de 29.53 días.

Las series lunares entre los mayas
No existe evidencia alguna de que los mayas antiguos utilizaran un calendario formal basado en las fases de la Luna, a la manera de los chinos, sumerios, babilonios o hebreos antiguos. Sin embargo, durante el Clásico (250-900 d.C.) los mayas emplearon un complejo sistema de contar los meses lunares asociado a las fechas escritas en la llamada cuenta larga.




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Mayapán y el tránsito
de Venus de 2012

Jesús Galindo Trejo


El edificio principal de Mayapán es el Castillo, muy semejante a su homónimo de Chichén Itzá: tiene nueve cuerpos constructivos, cuatro escalinatas y también se puede admirar la llamada serpiente luminosa, hierofanía solar que ocurre, en su escalinata norte, durante la puesta del Sol en el solsticio de invierno.
Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces

Los mayas fueron minuciosos observadores del firmamento y mostraron gran maestría en el registro del tiempo. Su arte pictórico y arquitectónico manifiestan su extraordinaria perspicacia como observadores de la naturaleza. Muchos de sus conceptos religiosos reflejaron la importancia que asignaron a las deidades representadas por los cuerpos celestes.
 
Recientemente fuimos testigos de uno de los fenómenos astronómicos más espectaculares que los sacerdote-astrónomos mayas pudieron haber observado. Al conjugarse simultáneamente dos de los astros más venerados por los pueblos mesoamericanos, ese fenómeno celeste representó un hecho que requirió no sólo de la atención esmerada de los acuciosos observadores mayas, sino también de algún ritual propiciatorio para obtener el favor de las dos deidades fundamentales en el panteón maya: el Sol y Venus. 

Hacia el año 1996 arqueólogos del INAH descubrieron en Mayapán, Yucatán –la última gran urbe antes del contacto con los europeos–, un mural policromo de obvio significado astronómico: ocho paneles rectangulares, en el centro de cada uno de los cuales se plasmó un gran disco solar con un personaje en posición descendente en su interior. Otros dos personajes armados flanquean cada disco. Dos veces al año, el 9 de abril y el 2 de septiembre, los rayos solares iluminan lateralmente a los soles del lado sur del muro pintado. Tales fechas a lo largo de varios milenios fueron excepcionalmente importantes en la práctica de orientación de las grandes estructuras arquitectónicas mesoamericanas. Esas fechas dividen el año solar en cuentas de días que se expresan como múltiplos de 73 días. Este número es de gran significado porque cierra la relación numérica entre los calendarios solar y ritual mesoamericanos. El periodo sinódico de Venus de 584 días puede obtenerse acumulando ocho veces 73. Este importante periodo venusino aparece registrado en el Códice de Dresde

La pirámide principal de Mayapán se conoce como el Castillo y es semejante a su homónima en Chichén Itzá, posee nueve cuerpos, cuatro escalinatas y también se puede admirar la hierofanía solar en su escalinata norte, donde se forma una serpiente luminosa en el ocaso del solsticio de invierno. Mayapán, según el cronista franciscano fray Diego de Landa, fue fundada por Kukulcán, quien venía del Altiplano Central y después de algunos años regresó a él. Esta deidad, que es la misma que Quetzalcóatl, es Venus como estrella de la mañana. La evidente presencia simbólica de Venus en Mayapán, así como la manifiesta representación del Sol en el mural, nos sugirió la posibilidad de que la pintura fuera una evocación precisamente de un tránsito de Venus por el disco solar. En todo caso, en 1152 y 1275 fueron observables desde Mayapán dos tránsitos de Venus en el momento de la puesta solar.


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Orientaciones en la arquitectura maya
Astronomía, calendario y agricultura

Pedro Francisco Sánchez Nava, Ivan Šprajc




El Sol saliente sobre la crestería del Templo I de Tikal, Guatemala. La observación fue hecha el 21 de septiembre de 2011 desde el santuario superior del Templo III. En la tarde del mismo día, pero observando desde el santuario superior del Templo I, el Sol descendiente se alinea con la crestería del Templo III.
Foto: Dieter Richter

Es sabido que los templos, palacios y demás edificios importantes que construyeron los mayas y otros pueblos mesoamericanos fueron regularmente orientados hacia las salidas y puestas de algunos astros, ante todo del Sol en ciertas fechas del año. Investigaciones recientes han permitido avances notables en la comprensión de las orientaciones, revelando que su función astronómica estaba estrechamente vinculada con el sistema calendárico: los alineamientos relacionados con el Sol permitían el manejo de calendarios observacionales, compuestos por intervalos fácilmente manejables mediante el calendario formal y muy probablemente destinados a facilitar la programación de las actividades agrícolas y los rituales asociados en el ciclo anual. También se ha descubierto que algunas ideas anteriores, aunque muy difundidas, carecen de sustento.
 
En un estudio sistemático que realizamos recientemente, efectuando mediciones precisas en campo y adoptando una metodología más rigurosa que las empleadas en investigaciones anteriores, hemos obtenido datos confiables para 271 orientaciones en 87 sitios arqueológicos en las Tierras Bajas Mayas. Los resultados de nuestros análisis indican que las orientaciones de los edificios cívicos y ceremoniales eran astronómicamente funcionales, ante todo o exclusivamente, en dirección este-oeste. Aunque es muy probable que algunas se refieran a los extremos de Venus o de la Luna, o incluso a algunas estrellas, en su gran mayoría pueden relacionarse con las salidas y puestas del Sol en ciertas fechas. 

Los histogramas que elaboramos muestran que la distribución de esas fechas en el año no es uniforme, sino que manifiesta concentraciones particularmente pronunciadas en cuatro épocas, que con mucha probabilidad pueden explicarse en términos del ciclo agrícola, ya que corresponden a la preparación de los campos de cultivo, el inicio de la época de lluvias y de la siembra del maíz, la aparición de mazorcas tiernas (elotes) y la época de la cosecha.

 El hecho de que las fechas de salida del Sol caigan predominantemente en otoño e invierno y las de su puesta en primavera y verano se debe a la prevaleciente desviación de los alineamientos en el sentido de las manecillas de reloj respecto a los rumbos cardinales (al sur del este o, visto de otra manera, al norte del oeste), tendencia muy común en Mesoamérica, cuyos orígenes han de buscarse en el simbolismo relacionado con los rumbos del universo. Por otra parte, al analizar la distribución de las orientaciones solares, detectamos que las fechas que señala un edificio particular en el horizonte este u oeste tienden a estar separadas por intervalos que son múltiplos de 13 o de 20 días.


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El tiempo mítico
en los códices mayas

Gabrielle Vail




En la mayoría de almanaques y tablas de cómputo del tiempo mayas hay textos que se relacionan con imágenes de seres que pueden identificarse con alguna deidad o k’uh. Aquí se ve a tres deidades o k’uh. Códice Madrid, p. 83.  

Reprografía: Tomada de Codex Tro-Cortesianus (Codex Madrid), 1967. M.A.P. / Raíces


Se sabe desde tiempo atrás que los códices mayas contienen importante información sobre los rituales, la astronomía y la adivinación. Abordamos ahora un nuevo nivel de significado, que vincula el mundo maya del Posclásico con las hazañas y proezas de divinidades y seres sobrenaturales, que se remontan al principio de los tiempos.
 
Las escenas mitológicas son un elemento común en la cerámica pintada maya del periodo Clásico Tardío (ca. 600-900 d.C.); de igual manera, al esculpir inscripciones en los monumentos, los escribas del Clásico asociaban con frecuencia acontecimientos contemporáneos, como el ascenso de un gobernante, con otros similares de los tiempos míticos, en los cuales participaron las deidades patronas del sitio. 

Se sabe menos sobre el contenido mítico de los códices mayas, libros de papel, plegados y pintados en corteza de amate. Todos los códices mayas que se conservaron corresponden al Posclásico Tardío, y muy probablemente son uno o dos siglos anteriores a la conquista española de la península de Yucatán, que comenzó a principios del siglo XVI. Aunque en casi todos los almanaques y tablas de cómputo mayas vemos imágenes de seres que pueden identificarse textualmente como alguna deidad o k’uh, se ha prestado poca atención a los componentes probablemente míticos de esos códices. Esto resulta extraño, dado que hay numerosas referencias a la fecha 4 ahaw, 8 kumk’u, que corresponde a agosto de 3114 a.C., y es también la fecha mitológica con la cual comienza el ciclo de cuenta larga del calendario que aún rige. Varias generaciones de investigadores han interpretado esas referencias como puramente calendáricas, utilizadas para calcular las fechas que caen en el tiempo histórico que corresponde a los escribas que realizaron esas obras, en lugar de atribuirles un significado mitológico.
Desde hace mucho tiempo se ha reconocido, sin embargo, que los códices tuvieron usos diversos, por ejemplo, adivinatorios, para planear actividades de subsistencia y las ceremonias asociadas a ellas, para consignar fenómenos astrológicos. 


Desde principios del siglo XX se reconoció que los almanaques tenían un enfoque claramente ritual o ceremonial; se advierte en ellos un buen número de elementos distintivos: la presentación de ofrendas, la quema de incienso, el uso de parafernalia ritual –sonajas y bastones– y el sacrificio –sangrado de las orejas, lengua y genitales incluidos. 



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